domingo, 22 de agosto de 2010

Damián y Paula

Ya te puedo imaginar con el pulóver gris que tanto te gusta, sentado en el sillón de siempre con un pucho entre los dedos. Si estás descalzo, el dedo gordo se quiere asomar por un espacio de tu media (existen unos últimos hilitos que aún están agarrados, por lo cual no llega a concebirse aquello como un agujero todavía, y del nacimiento de dicho agujero depende la vida de ese par de medias, que pronto acabará en el cesto de basura, junto con el guión que escribiste ayer en tinta azul y decidiste transformarlo en un bollo de papel para reciclaje).
Tal vez sea tu último cigarrillo antes de dormir, por eso habrías tomado esa pausa para disfrutar del hueco en el sillón, tu rincón preferido.
En ese mismo instante, unos barrios más abajo, Paula llora. Lágrimas pequeñas, tibias; lágrimas espontáneas que en el momento en que se desprenden de los ojos provocan calor en los labios. Deja de leer aquel libro al que no estaba prestando atención y se lleva las manos a la cara. Paula está sola en la habitación, no hay nadie que pueda verla llorar, pero ella se tapa la cara con algo de vergüenza.